miércoles, 7 de diciembre de 2016

Rastrillo de los pobres

     Hace unos cinco años y medio que vivo de forma continuada en Salamanca, me gusta esta ciudad que siempre he considerado parte de mí. En Salamanca estudié, aquí he hecho buenas amistades y de estas tierras es mi familia, aunque se fueran lejos buscándose la vida para después regresar. En el pueblo no había muchas posibilidades y había que marcharse para salir de la pobreza, para buscar un futuro mejor. Y lo consiguieron, vaya si lo consiguieron. En aquel momento el País Vasco ofrecía alternativas que la vieja Castilla no tenía, y en Bilbao vine a nacer, por casualidad. Por casualidad y porque mis padres hicieron cositas, claro. Relaciones abiertas a la vida creo que se llaman, no sé, yo de esas cosas hago pocas, o ninguna.

     Me gusta pasear por las calles de Salamanca, me gusta ir al centro y hacerme pasar por un turista más, disfrutando de la belleza de sus edificios, sus monumentos, sus iglesias. Me gusta ver que la ciudad está viva, que sus calles siempre están llenas de gente, la Plaza Mayor, imponente, observada por cientos de ojos que disfrutan de un lugar que es patrimonio de la humanidad.

     Hace unos días, en uno de esos paseos despistados por el centro, mis ojos ven un cartel que estropea una fachada. Pasada la puerta principal de la Iglesia de la Purísima, veo en el edificio un horrible cartel que no pega nada con la piedra dorada típica de esta ciudad. Lo peor estaba por llegar, pues hasta ese momento no había leído qué ponía. Una vez que lo hice maldije a Doña Tomasa, esa profesora que en mi más tierna infancia me enseñó a leer, la maldije tres veces, tres. Casi me pongo a rezar para no haber aprendido nunca a leer, pobre Doña Tomasa, qué culpa tendrá ella, que era una santa.

     "Rastrillo de los pobres". Tuve que sacar el móvil y hacer una foto, la que ilustra esta entrada, porque no me lo podía creer, necesitaba pruebas, algo que enseñar, estaba convencido de que si sólo lo contaba muchos se reirían de mí. ¿Un rastrillo de los pobres en el año 2016? ¡Imposible, qué ocurrencia, qué atrevimiento! ¿Quién iba a dar credibilidad a mis palabras? Se ha vuelto loco -dirían- qué pena, si parecía un chico de lo más centrado y de lo más sensato. Bueno, puede que nadie hablase de mi sensatez, pero estoy imaginando, dejadme hacerlo a mi manera, jopetas.

     Da auténtico dolor ver cosas de este tipo, aunque se hagan con la mejor intención del mundo, aunque sea para mantener el "Comedor de los pobres" (si esto fuera el Whatsapp pondría muchos emoticonos de rabia) durante todo el año, tan necesario. Por cierto, si queréis ver cómo era el rastrillo, a cuya inauguración acudió la concejala de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Salamanca, lo cual puede dar una idea precisa de su idea del bienestar social, enlazo la noticia aquí. Las imágenes son fuertes y pueden producir malestar general y vómitos, luego no me vengáis con que no os advertí, a ello me obliga por ley el Ministerio de Sanidad.

     En esta época pre-navideña está todo el mundo muy sensibilizado y con necesidad de lavar un poco su conciencia, estamos con ganas de dejarnos llevar por el buenismo imperante y colaborar con las causas justas para conseguir un mundo mejor. Y eso está muy bien, ojo, no seré yo quien diga lo contrario, pero además de buena intención, se requiere JUSTICIA, DIGNIDAD y DERECHOS, con el reconocimiento del otro, de quien necesita ayuda, como UN IGUAL. Todo lo demás es beneficencia y me cabrea, por muy buena intención que haya detrás, porque conlleva una dosis de humillación que no acepto.

     Si algún día pierdo mi trabajo, si las deudas me ahogan porque las cosas me han ido mal, si en algún momento mi situación es tan crítica que me veo en la calle desahuciado, si me veo paseando por Salamanca no como turista sino con ropa mil veces usada por otros y con un cartón como colchón, si vuelvo a esa pobreza de la que mis padres huyeron hace años para lograr que yo nunca tuviera que pasar hambre, si algún día soy pobre, espero no tener que pasar por la humillación de ir a un comedor de pobres, financiado con un rastrillo de los pobres y atendido por gente con muy buena intención que posiblemente me hagan sentir peor. Quién sabe, si algún día soy pobre y tengo que ir allí, es posible que acepte la situación con resignación, quizá con rabia, quizá con resiliencia o con satisfacción, quizá con entereza, quizá con la cabeza baja y diciendo gracias. Quizá. Quién sabe. Si un día soy pobre.


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