Hace un par de meses Belén Navarro recomendaba en su blog la lectura de un libro sobre neurociencia: "Incógnito. Las vidas secretas del cerebro" de David Eagleman. En su entrada extrae la esencia de lo que nos encontraremos si decidimos emprender la aventura de leer el libro, y podéis consultar su entrada en este enlace.
Una semana después Elena Salinas retomaba su análisis, centrándose en la propuesta que hace el autor sobre un nuevo sistema de responsabilidad penal. Podéis disfrutar de su entrada en este enlace.
Tanto me llamó la atención que decidí leerme el libro. Como buen TST (trabajador social tecnológico) lo encargué en una librería online y pocos días después lo tenía en mis manos. Su adictiva lectura ha dado frutos, pues aquí me tenéis con la tercera entrega de esta serie de entradas, dispuesto a terminar de descuartizar su contenido. Sí, a veces me llaman Jack.
Aunque queda mucho por saber, las hipótesis y certezas a las que se ha llegado desde la neurociencia, resultan sorprendentes. La mayor parte de nuestros actos implican procesos mentales que escapan a nuestro control consciente. La compleja maquinaria del cerebro, con sus millones de conexiones neuronales, trabaja por nosotros. La genética, la selección natural, la socialización, el aprendizaje y las experiencias previas han modelado nuestro cerebro, que actúa por instinto, por intuición, sin rendir cuentas a nuestra parte consciente. Actúa, en definitiva, de incógnito.
¿Cómo funciona, en realidad, nuestro cerebro? ¿cómo procesamos la información? ¿en qué medida estos procesos influyen en nuestro comportamiento posterior? La compleja respuesta a estas preguntas es, sin duda, lo que más me interesa y el motivo por el que me he animado a escribir esta entrada. La información llega a nuestro cerebro a través de nuestros sentidos (vista, oído, tacto...), la información es parcial y engañosa, pasando por muchos filtros conscientes e inconscientes.
El mundo del cerebro es maravilloso pero también muy limitado en cuanto a nuestra percepción consciente. En su afán por hacernos la vida más fácil, en su intento de convertirnos en seres rápidos y eficaces, con el fin de que actuemos por instinto más que por decisiones conscientes, el cerebro nos lleva a cometer graves errores. Y eso es lo que más me interesa en este momento.
¿Sombrero o boa con elefante en su "estómago"? |
Recordemos las primeras páginas de la obra de Antoine de Saint-Exupéry "El Principito". El protagonista enseña un primer dibujo a los adultos y les pregunta si ese dibujo les da miedo. La respuesta de todos es similar ¿por qué un sombrero va a asustar a nadie? Al principito no le queda otro remedio que ser más minucioso en los detalles de su dibujo, para que con un sólo vistazo y sin necesidad de reflexionar sobre el asunto, quede más claro que se trata de una boa que se ha comido un elefante y que va a tardar al menos seis meses en digerir al animal.
El principito nos enseña que lo esencial es invisible a los ojos, y por este motivo es necesario mirar más allá de lo evidente. David Eagleman, con menos poesía y más ciencia nos viene a decir lo mismo, que la idea de ese maravilloso niño príncipe es cierta, que nuestros ojos nos mienten, que nuestro cerebro, actuando de incógnito, nos engaña.
Y llegamos al punto clave de esta entrada: ¿cómo nos puede ayudar este descubrimiento en nuestra vida? Más específicamente ¿en qué medida saber esto nos resultará útil como trabajadores sociales?
Esta pregunta ha martilleado mi cerebro durante la lectura del libro, y espero que de algún modo me ayude en mi trabajo diario. ¿Cuántas veces sacamos conclusiones precipitadas en los primeros minutos de interacción con los usuarios de nuestro servicio? ¿cuántas veces prejuzgamos basándonos en estereotipos y categorías previamente establecidas? ¿cuántas veces damos por perdida una intervención por no mirar más allá de las cuatro ideas básicas con las que trabajamos cómodamente? ¿qué responsabilidad tiene nuestro cerebro, trabajando de incógnito, en el fracaso de algunas de nuestras intervenciones?
Hoy no quiero ofrecer respuestas, prefiero que cada cual extraiga las suyas, aunque mis preguntas probablemente apuntan en una dirección muy concreta. En cualquier caso, pensar en estos procesos nos puede resultar útil en la relación de ayuda, tema que traté la semana pasada. Yo me comprometo a pensar más, a cuestionar en mayor medida las categorías y modos de relación que tenemos establecidos, a no dar por hecho planteamientos de intervención sin preguntarme por qué.
Me comprometo a ponérselo difícil a mi cerebro cuando, actuando de incógnito, pretenda metérmela doblada. Vaya, lo ha vuelto a hacer, esta impúdica frase no la he escrito yo ¡ha sido mi cerebro traidor!
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