miércoles, 26 de febrero de 2014

¿Y los Servicios Sociales no hacen nada?


          Si eres trabajador o trabajadora social no es necesario que sigas leyendo, sólo con el título, sabes qué voy a contar en esta entrada. Si por el contrario te dedicas a la enseñanza, a la medicina, a la abogacía, eres secretario/a de Ayuntamiento, policía, guardia civil, alcalde, concejal, farmacéutico o trabajas en un banco, un bar, una tienda o un quiosco, por poner sólo algunos ejemplos, lo que voy a contar en esta entrada te interesa.

          Incluso si eres una persona de la calle, aunque no sé qué significa exactamente ser persona de la calle, también puedes aprender algo leyendo lo que sigue, porque la gente de la calle es muy de acordarse de Santa Rita cuando truena. También si eres vecina ¿qué haríamos en los Servicios Sociales sin la inestimable colaboración de las vecinas? También hay vecinos, que conste, pero a mí habitualmente las que me cuentan las cosas, son las vecinas. Ellas dejan de ser vecinas para ascender a la categoría de informadoras necesarias. Nótese la ironía, por favor.

          En el día a día poca gente repara en la existencia de los Servicios Sociales. Ahora bien, ante cualquier pequeña o gran desgracia que tenga algún factor social, todo el mundo se acuerda de nosotros: ¿y dónde estaban los Servicios Sociales que no han hecho nada? También los políticos se acuerdan de nuestras madres en tales circunstancias, esa categoría de seres que en muchas ocasiones recortan y recortan hasta hacerse sangre en sus propios dedos. Esa gente honrada que trabaja por el pueblo. Esas gentes de bien. Muy interesante en este sentido la entrada del compañero Pedro Celiméndiz: aquí.

          Las problemáticas más habituales en las que salimos a relucir, dejando a un lado las grandes desgracias, son los casos en los que hay menores en riesgo de desprotección (real o supuesto) y los casos de personas mayores en situación de abandono. Entiendo la preocupación y buena intención de quien se pregunta si no estaríamos tomando café o perdidos entre papeles y trámites burocráticos innecesarios en lugar de atender las situaciones de necesidad. Lo cierto es que nuestro trabajo y nuestras funciones son bastante desconocidas.

          Muchas veces me pregunto cómo hacer entender a estas personas que los Servicios Sociales no tenemos capacidad para intervenir en realidades complejas de forma mágica. Es más, no debemos. Me vienen a la mente casos en los que la intervención de los Servicios Sociales ha destrozado la vida de familias para siempre. Defiendo que nuestra intervención debe ser mínima y progresiva, adaptada a las circunstancias y sin rupturas bruscas. En este sentido, tenemos una función pedagógica fundamental para que la ciudadanía entienda que muchas veces es mejor que no intervengamos. En próximas entradas analizaré situaciones más concretas para que se entienda mejor, en esta sólo pretendo abrir boca.

          Para que os hagáis una idea de las situaciones a las que nos enfrentamos os contaré  una anécdota breve. Un día me llamaron para contarme un narco-drama que os resumo en dos frases: han visto a una niña en el parque con una colilla recogida del suelo diciendo "me voy a fumar un porro". Para la informadora necesaria esto es signo inequívoco de que en su casa se drogan. Con sólo llamarnos ya consideran que han dado parte a la autoridad competente y la retirada de la patria potestad debería ser inmediata ¡por supuesto! Y ante semejante aberración, los Servicios Sociales no hacemos nada ¡qué vergüenza!

          Tenemos una responsabilidad pública, no podemos actuar a golpe de ocurrencia, ese es un lujo que no nos podemos permitir. Además es importante entender que toda actuación lleva su tiempo, que los procesos de toma de decisiones no son inmediatos, que necesitamos mucha seguridad antes de tomar medidas que comprometan para siempre la vida de la gente. A veces es importante poner el freno y pararse a reflexionar.


Miranda del Castañar. Salamanca. La Mandrágora.


P.D. Este fin de semana salí de ruta  por mi provincia, y en Miranda del Castañar, un pueblo precioso que recomiendo visitar, encontré un café-bar inspirado en mi blog. ¡La BlogoTSfera crece y se expande!


martes, 18 de febrero de 2014

Cuando el olvido hace acto de presencia




          Entre las situaciones que más me han impresionado siempre en mi trabajo, están los relatos del alzheimer y otras demencias. Hoy me apetece acercaros a una de estas historias.

          Recuerdo una visita domiciliaria a un matrimonio mayor en mis inicios como profesional. Visitar a personas mayores es muy habitual en mi día a día: cuando trabajas en el medio rural castellano son los principales destinatarios de los Servicios Sociales. A este matrimonio lo recuerdo perfectamente y su historia la tengo muy presente. El hombre tenía alzheimer, muy avanzado, su mujer le cuidaba con absoluta dedicación y un cariño infinito. En el pueblo no tenían familia, su única hija quería llevárselos a vivir con ella, pero dejar el lugar donde se ha desarrollado toda una vida es una decisión difícil.

          La mujer me contaba que desde el inicio de la enfermedad su marido tenía episodios de agresividad. A ella no le importaba, me decía que había sido el hombre más bueno del mundo, que toda la gente le quería, que siempre había estado dispuesto a ayudar y que no podía imaginarse un marido mejor. Se sentía afortunada y aunque su marido se había convertido en un extraño, ella le seguía queriendo. Algunos días ella le decía que era la hora de comer y le acompañaba hasta la mesa pero él decía que no, que hasta que no llegase su mujer él no comería, que siempre habían comido juntos y quería seguir  haciéndolo. Ella le decía soy yo, soy tu mujer, vamos a comer, y él la miraba extrañado, como sufriendo por  no recordarla. Al final, comía en silencio, como si dentro guardase una tristeza infinita por haber olvidado su propia vida.

          Al menos esto es lo que ella me contaba, con una mezcla de melancolía y resignación, y con la voz rota por la emoción. Aún al recordarlo se me eriza la piel. Y todavía quedaba el momento de mayor impacto de la visita. El hombre no hablaba mucho, se limitaba a mirarnos y parecía escuchar, aunque su mirada me indicaba que probablemente se encontraba en un lugar muy lejos de aquella habitación. Su mujer le había contado que yo era amigo del cura y que por eso le visitaba. Él le tenía gran aprecio al párroco del pueblo y era de las pocas personas a las que de vez en cuando reconocía cuando iba a verle a casa. Cuánto bien hacen a veces los curas de los pueblos. En un momento del relato, la mujer no pudo contener la emoción y se le cayó una lágrima. De pronto él cambió, pareció volver al presente, la miró y le cogió la mano al mismo tiempo que le dijo: "no sufras, cariño, que estamos juntos".

          Me sigo emocionando al recordarlo y al escribirlo. Ese ha sido uno de los momentos más emocionantes de mi vida laboral. Se me humedecieron los ojos y me costó mucho retomar la conversación. 

          Qué difícil de entender es la mente humana. Cómo nos la juega. Sin saber cómo ni por qué todo lo que estaba deja de estar. Quiero pensar que no se va del todo, que se queda en un rincón, en forma de recuerdos agazapados, y que de pronto una emoción inesperada toca el punto que debe tocar, y vuelve la cordura. Es tan sólo un instante, breve, corto, intenso. Y en cuanto te das cuenta vuelve a desaparecer, sin más.

            Pienso que quien convive con personas que padecen algún tipo de demencia, se aferra a esos breves instantes para mantener la esperanza. Todos necesitamos anclas que nos den estabilidad. Una caricia, una mirada, una sonrisa, una palabra de aliento, cualquier cosa que nos impulse a seguir adelante.